Detrás de la tempestad blanca entre los pinos, mira apenada
el mundo exterior una figura de pálida tez. Mira maravillada las luces
amarillas que parpadean en las diversas casas de un pequeño pueblo.
La pequeña tormenta que rodea su cuerpo no le permite ver
con claridad, pero lo suficiente para hacerse a la idea de que allí afuera hay
un mundo precioso y desconocido.
La tormenta se hace más intensa. Tiene miedo solo de
imaginarse a ella misma caminando por las pequeñas calles. Su orgullo no dejaría
que ningún ser humano tuviese el honor de verla sonreír.
La soledad siempre ha sido su fiel compañera. Alguien que
nunca la ha abandonado y le ha creado una merecida reputación.
“Es hermosa, pero muy fría de corazón. Sus miedos la retienen
en el bosque. ¡No es humana! El orgullo de ese monstruo le impide salir de su
propio caparazón.”
A la mujer de las nieves no le importaba lo que dijesen de
ella, al contrario. Crecía con cada comentario, se sentía halagada por el hecho
de que hablaran de ella.
Pero mentiría si no dijera que nunca se ha planteado vivir
en esa aldea. Rodeada de gente y sintiéndose una más.
Y aquí es cuando la cobardía vuelve a frenar esa idea y la
mujer de las nieves decide volver al bosque, descartando esa alocada idea que rompería
toda su fama.
Pobre mujer de las nieves. Si no avanza, siempre se quedara
estancada en el mismo lugar.